LAS REVUELTAS EN EL MUNDO ARABE (I)
Desde que hace un par de meses un grupo de saharauis hicieran un levantamiento contra Marruecos, en un nuevo intento por presionar a la ONU y a las partes comprometidas en el conflicto del antiguo Sahara Español, para que logren una pronta solución, todo ha sido agitación en el norte de África, que los árabes conocen como El – Magreb (occidente). A poco de ocurrido este suceso, Túnez se levantó contra el dictador El –Abidine Ben Alí, quien tenía 20 años en el poder. Después fue Egipto, en el que con posterioridad a una corta resistencia Hosni Mubarak abdicó a favor del ejército y ahora es Libia, cuyo líder con más de 40 años en el poder Muammar El-Gaddafi, no se resigna a aceptar que su prolongada vigencia va a concluir pronto, apelando a todos los recursos legales e ilegales.
El levantamiento islámico norteafricano, tiene varias lecturas, a una de las cuales vamos a hacer referencia en el presente artículo. En efecto, el despliegue popular que ahora el mundo contempla entre la perplejidad y la incredulidad es la voz de protesta de las nuevas generaciones de musulmanes que han esperado pacientemente muchos años a que sus gobernantes entiendan que el poder y la riqueza deben ser compartidas y que un modo de vida peculiar, como el que pregona la religión que confiesan, no puede ser patrimonio de unos pocos y menos cuando los que gobiernan tienen una orientación religiosa que, al interior del Islam, difiere de la mayoría.
Pero, sobre todo es el resultado de la política miope que las potencias coloniales europeas pretendieron aplicar después de la Segunda Guerra Mundial, al momento de descolonizar los territorios que alguna vez hicieron parte de su “hinterland”. Si examinamos lo que hasta ahora ha sucedido y que probablemente se reproduzca con mayor o menor celeridad en Bahrein, Yemen, Argelia o Marruecos, por ejemplo, se encuentra la huella de las potencias que con su proceder propiciaron al atraso de dichos pueblos, entregando el poder, al momento de la independencia a individuos incondicionales de sus posturas políticas o diseñando sistemas de gobierno que nunca se aplicaron en dichos países. Túnez, por ejemplo, en donde radicaba la célebre Cartago, tradicional antagonista de Roma, fue en tiempos modernos, primero una colonia alemana y luego francesa, que accedió a la independencia en 1956, al instaurarse la monarquía constitucional de Habib Borguiba, quien estuvo por cerca de treinta años en la dirección del Estado. Desde entonces, gobernó el mencionado Ben Alí, que con tal de proteger los lujosos haberes que su corrupta administración le había deparado, abandonó el poder rápidamente Y Egipto que había empeñado su independencia desde la apertura del estratégico Canal de Suez, a un protectorado británico hasta que el general Gamal Abdel Nasser, uno de los líderes del Movimiento de Países No Alineados, lo devolvió al primer plano de la actualidad.
Sin embargo, sus herederos políticos fueron inferiores, Sadat porque fue asesinado prematuramente y Mubarak, porque se mantuvo en el poder, a cambio de un giro político favorable a los intereses imperiales que Nasser había combatido. Por último, Libia que en los tiempos de la expansión fue desde 1912 invadida por Italia, que continuó siendo su potencia dominante incluso hasta después de la guerra, que como país del Eje perdió. En 1951, resolvió finalmente inventarse una monarquía en cabeza de su aliado Isdris I, que derrocó Gaddafi en 1989 y quien después de cuarenta años conserva un poder tambaleante en un país cuyos territorios ya no controla.
Por eso, una primera lección que debe extraerse del conflicto que agobia al norte de África, es que ha llegado el momento de practicar una sola moral, lo cual es válido para la Europa y los Estados Unidos, de antes y de ahora, que contribuyen a armar a personajes como Mubarak o Gadafi, a cambio de que sus intereses políticos y económicos no se vean comprometidos en el contexto geopolítico del Mar Mediterráneo, hoy como antes decisorio en el diseño de la política internacional.
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El levantamiento islámico norteafricano, tiene varias lecturas, a una de las cuales vamos a hacer referencia en el presente artículo. En efecto, el despliegue popular que ahora el mundo contempla entre la perplejidad y la incredulidad es la voz de protesta de las nuevas generaciones de musulmanes que han esperado pacientemente muchos años a que sus gobernantes entiendan que el poder y la riqueza deben ser compartidas y que un modo de vida peculiar, como el que pregona la religión que confiesan, no puede ser patrimonio de unos pocos y menos cuando los que gobiernan tienen una orientación religiosa que, al interior del Islam, difiere de la mayoría.
Pero, sobre todo es el resultado de la política miope que las potencias coloniales europeas pretendieron aplicar después de la Segunda Guerra Mundial, al momento de descolonizar los territorios que alguna vez hicieron parte de su “hinterland”. Si examinamos lo que hasta ahora ha sucedido y que probablemente se reproduzca con mayor o menor celeridad en Bahrein, Yemen, Argelia o Marruecos, por ejemplo, se encuentra la huella de las potencias que con su proceder propiciaron al atraso de dichos pueblos, entregando el poder, al momento de la independencia a individuos incondicionales de sus posturas políticas o diseñando sistemas de gobierno que nunca se aplicaron en dichos países. Túnez, por ejemplo, en donde radicaba la célebre Cartago, tradicional antagonista de Roma, fue en tiempos modernos, primero una colonia alemana y luego francesa, que accedió a la independencia en 1956, al instaurarse la monarquía constitucional de Habib Borguiba, quien estuvo por cerca de treinta años en la dirección del Estado. Desde entonces, gobernó el mencionado Ben Alí, que con tal de proteger los lujosos haberes que su corrupta administración le había deparado, abandonó el poder rápidamente Y Egipto que había empeñado su independencia desde la apertura del estratégico Canal de Suez, a un protectorado británico hasta que el general Gamal Abdel Nasser, uno de los líderes del Movimiento de Países No Alineados, lo devolvió al primer plano de la actualidad.
Sin embargo, sus herederos políticos fueron inferiores, Sadat porque fue asesinado prematuramente y Mubarak, porque se mantuvo en el poder, a cambio de un giro político favorable a los intereses imperiales que Nasser había combatido. Por último, Libia que en los tiempos de la expansión fue desde 1912 invadida por Italia, que continuó siendo su potencia dominante incluso hasta después de la guerra, que como país del Eje perdió. En 1951, resolvió finalmente inventarse una monarquía en cabeza de su aliado Isdris I, que derrocó Gaddafi en 1989 y quien después de cuarenta años conserva un poder tambaleante en un país cuyos territorios ya no controla.
Por eso, una primera lección que debe extraerse del conflicto que agobia al norte de África, es que ha llegado el momento de practicar una sola moral, lo cual es válido para la Europa y los Estados Unidos, de antes y de ahora, que contribuyen a armar a personajes como Mubarak o Gadafi, a cambio de que sus intereses políticos y económicos no se vean comprometidos en el contexto geopolítico del Mar Mediterráneo, hoy como antes decisorio en el diseño de la política internacional.
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